lunes, noviembre 24, 2008

La Llorona

lallorona By: rareworlds

La Llorona es una figura popular de esas tenebrosas historias que aterran el sueño de las comunidades campesinas. Sus lamentos aparecen en medio del coro nocturno de voces de animales y del ritmo monótono de aguas de quebradas y ríos. Ese concierto lúgubre es el mismo que ha interrumpido el sueño de generaciones enteras en los pueblos diseminados en los misteriosos espacios vírgenes de nuestra América.

En Nicaragua se oyen los lamentos de la llorona transportados vertiginosamente por los caprichosos vientos que proviene de las cuatro esquinas del mundo, Hasta donde cuenta la gente, La Llorona se manifiesta a través de un quejido largo y lastimero, seguido del llanto desgarrador de una mujer cuyo rostro nadie ha visto.

En el bario del Calvario de León, se sabía que cerca del río, allá detrás del Zanjón, pasaba el llorido de la Llorona. Las lavanderas del río contaban que apenas sentían caer el sereno de la noche, debían recoger la ropa aún húmeda y en un solo montón se la llevaban. De lo contrario, La Llorona se las echaba al río. Según el comentario de las lavanderas, La Llorona es el espíritu en pena de una mujer que había botado a su chavalito en el río.

Sobre La Llorona se oyen muchas versiones, pero algunas explican que ese llanto misterioso es el profundo dolor de una madre que perdió a un hijo ahogado en el pozo mientras lavaba la ropa en el río. Pero ¿quién era esa mujer? ¿Quien podrá decirnos más sobre la vida de esa misteriosa alma en pena?

Siempre en búsqueda de conocer más y más sobre este y otros personajes de la tradición oral de nuestro pueblo nos embarcamos rumbo a la isla de Ometepe. (....)

...Doña Jesusita, se llamaba la anciana solitaria que viendo nuestro interés por conocer las historias del pueblo empezó a contarnos sobre el origen del llanto de la madre en pena.

“...En aquellos tiempos de antigua, había una mujer que tenía una hijita de unos 13 años, ya sazoncita estaba la mujercita. Ella ayudaba a lavar la ropita de sus nueve hermanitos menores y acarreaba el agua para la casa.

La mamá no se cansaba de repetir a la hija cada vez que la veía silenciosa moler el maíz o palmar la masa cuando el chisporreteo de la leña tronaba debajo del comal de barro:
-Hija, nunca se mezcla la sangre de los esclavos con la sangre de los verdugos. Ella le decía verdugos a los blancos porque la mujer era india. La hija, en la tarde salía a lavar al río y un día de tantos arrimó un blanco que se detuvo a beber en un pocito y le dijo adiós al pasar. Los blancos nunca le hablaban a los indios, solo para mandarlos a trabajar. Pero la cosa es que ella se encantó del blanco y los blancos se aprovechaban siempre de las mujeres.

Entonces bajo un gran palencón de ceibo que sirve para lavar ropa, ahí por el río, se veían todos los días y ella se metió con él.

- Mañana, blanco, nos vemos a esta misma hora, -le decía siempre.
Claro, el blanco llegaba y la indita salió pipona, pero la familia no sabía que se había entregado al blanco. Dicen que ella se iba a ver bajo el guanacaste, para que las lavanderas no la vieran y no fueran a acusar con la mamá.

Allá al tiempo, ya ella estaba por dar a luz, entonces entró un barco a la isla, aquí en Moyogalpa. Ya se iba el blanco, se iba para su tierra y entonces como ella estaba por criar, ella le lloraba para que se la llevara. Pero ¡dónde se la iba a llevar! La indita lloraba y lloraba, inconsolable, a moco tendido. Él se embarcó y a ella le dio un ataque, cayó privada.

Cuando ella se despertó al día siguiente, estaba un niño a su lado y en lugar de querer aquel muchachito, lo agarró y con rabia y le dice:
-Mi madre me dijo que la sangre de los verdugos no debe mezclarse con la de los esclavos.

Entonces se fue al río y voló al muchachito y ¡pan! Se cayo cuando cayó al agua. Al instante se oyó una voz que decía:
¡Ay! madre... ¡ay madre!... ¡ay madre!...
La muchacha al oír esa voz se arrepintió de lo que había hecho y se metió al agua queriendo agarrar al muchachito pero entre más se metía siguiéndolo, más lo arrastraba la corriente y se lo llevaba lejos oyéndose siempre el mismo llanto: ¡Ay madre!... ¡ay madre!... ¡ay madre!

Cuando ya no pudo más se salió del río. El río se había llevado al chavalito pero el llanto del niño que a veces se oía lejos otras veces aparecía cerquita: ¡Ay madre!... ¡ay madre!... ¡ay madre!...
La muchacha afligida y trastornada con la voz, enloqueció. Así anduvo dando gritos, por eso le encajaron La Llorona.

Ahora las madres para contentar a los muchachitos que lloran por pura malacrianza, les dicen:
-Ahí viene la llorona...
La mujer enloquecida se murió y su espíritu quedó errante, por eso se le oyen los alaridos por las noches... “Por ahí se anda La Llorona, hasta la vez se le oye por todo el río.”

Tomado de La Llorona (fragmentos) en Milagros Palma: Senderos Míticos de Nicaragua। Editorial Nueva América, Bogotá, 1987.